La silla vacía
Lo que me queda, una silla, esa silla dónde recuerdo verte sentado cada vez que llegaba a visitarte.
Nada más esa silla dónde se quedan tantos recuerdos de infancia, yo sentada en tus piernas mientras entablabas alguna conversación importante sobre alguno de tus pacientes por teléfono; ese lugar dónde yo sabía que podía encontrarte si me sentía mal o para que me curaras el raspón que me había hecho jugando en el cemento con mis hermanos.
Desde ese lugar dónde te gustó siempre disfrutar de tus exóticos vinos o whisky en las rocas mientras sonaba alguna melodía orquestal de fondo. Dónde me senté a tu lado muchas veces para tomar de tu mano y escucharte relatar alguna historia sobre alguno de tus pacientes de neurología; esas manos milagrosas que salvaron la vida de miles de personas, incluido mi hermano, con quien luchaste a cada paso y amaste con todo tu corazón. Amor, estabas lleno de tanto amor. Amor por tus hijos, tus nietos, tu amada esposa y cada uno de esos pacientes que ayudaste a sanar en tus mejores días, con quienes sufriste, lloraste y entregaste todo tu sudor y tu esfuerzo.
Será difícil continuar con esa silla vacía, ese sentimiento de que, con tu partida, te llevas un pedacito del corazón de cada uno de los que te amamos.
Sin embargo, nos quedamos con los mejores recuerdos, tu sonrisa, tu grito de mariachi, tus abrazos, tus besos, tus piropos únicos con los que siempre me alegraste, aunque anduviera puesto lo primero que encontré en el closet: “Que bella esa princesa”, “La niña más linda de todo El Salvador”, “Que guapísima esa muñeca”, los únicos que acepto y que voy a extrañar con cada pedazo de mi ser.
Eso, te vamos a extrañar, muchísimo. Con el tiempo nos vamos adaptar a tu ausencia y a que esa silla permanezca vacía, pero nunca, nunca te vamos a olvidar y ese espacio va a estar lleno siempre con tu recuerdo y el amor que nos dejas que vivirá para siempre.
Te amo y te voy a amar por siempre.
En memoria de mi querido abuelo Manuel Guandique Mejía (28/06/20).